Nunca mejor que ahora recordar los hermosos versos de esa bossa
nova “A Felicidade” del brasileño Tom Jobim que dicen "Tristeza nao tem
fim", el pueblo brasilero llora, rabia y frustración, era una
muerte anunciada, Brasil no jugaba, no convencía, pero ni los ocho “dementes” únicos
en todo el mundo, que ganaron en las casas de apuesta, el impactante 1-7, podían presagiar
la masacre que en apenas al minuto once abriría Thomas Müller y que en tan
solo posteriores nueve míseros minutos, se marcasen cuatro lapidarios goles de
manera consecutiva.
Antes del inicio del Mundial la consigna era, acabar del recuerdo de los brasileños, la historia del Maracanazo. El árbitro japonés Yuichi
Nishimura en el debut, y luego un travesaño
ante Chile en 8vos, evitaron dos previos desastres en la prelación del empedrado camino
que tuvo que recorrer el novel plantel de Scolari; los resultados arropaban las
deficiencias y limitaciones de la Canarinha, como un dedo que pretende cubrir
la luz del sol. Con más pundonor y guapeo que con fútbol, se llegaron a los
cuartos.
En cuartos de final,
les retaba una Colombia que llegaba
con aires de grandeza pero se aminoró, se rajaron, ante la camisa canaria y desaprovecharon el gran y consistente fútbol
que venían jugando, un Brasil vertical a punta de músculo y velocidad los coacciona y vence fácilmente, pero pierden por
el resto del Mundial a su único estandarte y punta de lanza ofensiva, Neymar, sumado a
ello, Thiago Silva se hace expulsar y se quedaban sin su director en la
defensa.
Sin Neymar se acaba la inspiración, el empuje y maquillaje que encubrían
y sostenía, los hilos de esperanzas de 200 millones de personas que se
amparaban en su selección como un remedio, una solución para sus frustraciones
sociales. Ante Alemania se pretendió
jugar al mismo libreto que ante los cafeteros, pero Alemania no es Colombia, y
a diferencia de éstos, no conceden libertades, manejaron la táctica y movilidad
en perfecta armonía, un fútbol asociado y a gran velocidad, entre los kilométricos
espacios concedidos por la defensa brasilera, fueron letales, masacraron a un grupo
bisoño, llenos de pánico, que jamás pudo reaccionar, ni entender la situación y pesadilla en se hallaban inmersos. Entre sus paisanos, Ronaldo Nazario desde lo alto
de una cabina de transmisión, veía como el viejo lobo Miroslav Klose con su intacto olfato a gol y ubicación, le arrebataba la
corona de máximo goleador de los Mundiales.
Sin Neymar, Brasil no sabía atacar, quedaba amputada de ofensiva,
solo sabían correr, pero sin una idea de que hacer para llegar al arco contrario. A
esta selección, le falto la experiencia y alguien que organizara y abriera espacios
en el medio campo, ¿Cómo dejar por fuera a Kaka?
¿O el mismo Paulo Henrique Ganso? Lo
cierto es que Brasil solo vivía de la velocidad y el músculo, carecía de pasión, de futbol, del buen juego y trato del balón.
Pero no se dejen engañar, la última vez que Brasil mantuvo la
filosofía del jogo bonito, fue en el Mundial de Italia 90, ya en USA 94, se empezaron
a ver los últimos espasmos del colorido, se olvidaron de acariciar la pelota,
sin salida desde el fondo, la única diferencia, es que desde el 94 hasta el
2002, el frío juego brasilero estuvo respaldado y sostenido por monstruosas plantillas
llenas de cracks, primero estuvieron Romario, Bebeto, y luego brillaron en lo más alto del Olimpo, Ronaldo y Ronaldinho acompañados por Cafú y Roberto Carlos. Con
la llegada de Dunga como Dt, en el 2006, se terminó de matar a la canarinha y sus bases, la llevo una “europeización" de su fútbol, rígida, gris y muy mecánica.
En fin, Scolari mantuvo una rigidez táctica, sin variantes, intento en este Mundial copiar la misma receta que tan buen resultado le hizo campeón en Corea 2002, Músculo y velocidad, otra vez, pero sin los cracks de otrora. Hulk y Oscar son buenos jugadores, pero no entran en la élite mundial, una lágrima llamar delanteros a Fred o Jô. Solo así, respaldándose en Neymar y ante la ausencia de éste, se vieron todas las costuras del pobre juego verdeamarela, en un nuevo Maracanazo.
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